En las últimas semanas, varias personas a mi alrededor han sido hospitalizadas por problemas derivados del estrés, manifestándose en ataques de pánico y ansiedad. La enorme carga laboral, familiar y social explotó y sus organismos exigieron atención y descanso forzado con medicamentos controlados. Después de múltiples chequeos y exámenes, el diagnóstico fue el mismo: estrés, estrés, estrés. Solamente uno de ellos resultó con una cantidad elevada de azúcar en la sangre; nos cuenta que, debido a su carga de trabajo, se alimenta de comida chatarra y además lleva una vida sedentaria. Y por si fuera poco necesita ingerir grandes dosis de comida dulce para mantenerse alerta durante el día y por la noche le sobrevienen los ataques de ansiedad, por tanta carga de glucosa que recorre su organismo.
No es casualidad que mis seis amigos hayan sido afectados por el mismo mal, después de todo tienen estilos de vida similares y son exigentes consigo mismos. Dos de ellos son personas expuestas a los medios y redes sociales por el activismo, en constante tensión por amenazas que les hacen cuando pisan callos. Una, por su propia voluntad pidió ser internada en el hospital psiquiátrico pero al no llevar indicaciones médicas no se lo permitieron. Se está dando una desintoxicación en una playa del Caribe para recargar energías. La ansiedad deriva por tanto desgaste en Facebook e Instagram para hacer entender a las personas sobre las diversas causas que se luchan, pero no siempre nos topamos con seres pensantes; la violencia cibernética está a la orden del día, pareciera que nuestras redes sociales se han convertido en campo de batalla y con ello el aumento de los efectos del ciberacoso: tensión, resentimiento, miedo, etc.
Preocupante es que, si los adultos que tienen un mejor manejo de sus emociones están sufriendo los estragos del trabajo y el uso del internet, ¿de qué manera están lidiando los niños y adolescentes con estos temas? Las escuelas hoy en día exigen mayores competencias, la necesidad de ser aceptado en el núcleo social escolar depende en gran medida de lo que la gente ve en tus redes, de tu popularidad. Exigimos hijos más preparados mientras nosotros mismos somos incapaces de lidiar con esa exigencia, ya no queremos ser padres de tiempo completo, ya sabemos que hay más vida que ser progenitores. Luego pasamos al uso de Facebook y otras otras aplicaciones donde los menores pasan horas, expuestos al escarnio y a la sobreinformación. ¿Qué niño con tanta carga se puede convertir en un adulto sano, si desde pequeños la ansiedad se apodera de nosotros? La depresión por el uso de estas herramientas digitales aumenta si se tratan de plataformas basadas en la imagen (Snapchat e Instagram).
Las enfermedades mentales siguen siendo un tabú a pesar de su alta incidencia. Y la tendencia marca que seguirán presentándose más casos de estrés debido a la carga laboral y ataques de pánico por el uso de la tecnología digital. El consumo de las redes sociales genera una adicción, y recordemos que toda adicción es una enfermedad. Por ello, es necesario de vez en cuando desconectados de ellas y disfrutar de un tiempo de relajación. Verificar continuamente las redes de nuestros hijos y estar atentos para que no se conviertan en un problema de salud mental para ellos. Si descubrimos que el uso de las aplicaciones nos están provocando un malestar, acudamos de inmediato con un especialista para que nos evalúen. Encontremos el equilibrio entre nuestra identidad virtual y la realidad, después de todo, las redes son parte innegable de nuestra vida. Pero nunca se comparará un like con un abrazo y una plática de persona a persona. Usemos las conexiones virtuales responsablemente.