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¡Volare!

El progreso atropellado que don Miguel Alemán Valdés nos dejó hizo que la ciudad de los palacios se convirtiera en la sede de las angustias colectivas. Tal vez la emblemática sea el aeropuerto internacional de la Ciudad de México. Por si a usted se le olvidó, el Presidente Luis Echeverría oridenóq ue le cambiaran el nombre a Benito Juárez. Hoy ni un solo piloto de línea aérea alguna se sabe ese nombre, pero ninguno de los entonces lambiscones o de sus actuales sustitutos ha hecho el cambio formal. Se sigue llamando como Echeverría ordenó. Pero eso no es lo importante.

De Tempelhoff a Vnukovo, de Croydon a Le Bourget, los hoy abandonados aeropuertos europeos eran casi coetáneos con el aeropuerto de la Ciudad de México. Hoy para ir a Berlin hay que aterrizar en el de Brandeburgo, a Moscú en el Sheremetievo, Londres tiene desde los veintes su Heathrow y Le Bourget, luego Orly, fueron sustituídos por el Charles de Gaulle, mejor conocido como L´Etoile. Para volar a la ciudad de México los pilotos tienen que volar al Benito Juárez.

De  a José Antonio Padilla Segura a Ruiz Sacristán , México ha tenido varios secretarios de comunicaciones y transportes de incapacidad notable. No merecen la crítica plena; después de todo ellos fueron, como son los integrantes del gabinete actual, secretarios de estado de un Presidente todopoderoso que nunca decidió hacer un aeropuerto nuevo. De la misma manera, en sus cargos no modernizaron nunca la red carretera de nuestro país, o nuestros obsoletos puertos. No voy a mencionar el deterioro intencional de los ferrocarriles nacionales de México para que Ernesto Zedillo lo regalara a las ferroviarias norteamericanas. No fue culpa plena de los secretarios de comunicaciones y transportes, aunque sí su incumbencia.

Ineficiente, de difícil acceso, anticuado, el Benito Juárez debió haber sido sustituido por un nuevo aeropuerto desde hace veinte años. Los pusilánimes presidente recientes no quisieron tomar la decisión de construirle a una ciudad tan importante como nuestra capital un aeropuerto adecuado. El más cercano a tal bizarría fue Vicente Fox: una docena de agitadores de Atenco, machete en mano le hizo retroceder en el empeño y decir, como en el dominó, paso.

Enrique Peña Nieto, al parecer, decidió no pasar. Su Secretario de Comunicaciones y Transportes,  Gerardo Ruiz Esparza, al informar de su primer año en funciones, hizo el sorpresivo anuncio. Escuchando las recomendaciones de las empresas encargadas de analizar la saturación del aeropuerto actual, dijo “hemos recibido la recomendación de ampliar la capacidad operativa del aeropuerto capitalino”. Dijo también que se construirá una pista adicional para que en la Ciudad de México pueda haber dos despegues o aterrizajes simultáneos. ¡Aleluya!

Los carísimos estudios para determinar si el nuevo aeropuerto debiera estar en Tizayuca o el Estado de México, a la basura. El hecho innegable de que la terminal dos del actual aeropuerto no sirve, olvidado. Por cierto, todavía se debe.

Nadie pudo decir cuánto va a costar el numerito. El parche, remiendo, agregado o como se quiera llamar al aeropuerto de la Ciudad de México, no tiene ni costo estimado, ni plan de vuelo, ni diseño ni nada. Simplemente hay una decisión a base a recomendaciones.

Vámonos a volar.

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11 de dic. de 13

5:47 p.m.

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