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Si el clarín con su bélico acento

La combinación del ajetreo decembrino, las negociaciones fallidas y la intencional confusión surgida en la prisa por aprobar al vapor todas las reformas legales posibles sin que nadie se enterase, está obligando a que la madre de todas las reformas, la energética,  quede al igual que sus antecesoras quedando a deber, mocha y vaga.

La inflamatoria reforma educativa se quedó en un instrumento para intentar desarticular el poderío del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y su dirigente hoy presa;  sin contener una sola línea sobre políticas y procesos para mejorar la instrucción de nuestros niños o siquiera convertir en dignas las condiciones de sus escuelas, la reforma educativa produjo la movilización de un minoritario pero espectacular movimiento callejero que mantiene ya cuatro meses en jaque a la Ciudad de México y sus autoridades con sus marchas y bloqueos.

La llamada reforma hacendaria, aprobada también a trompicones, resultó una adaptación de las normas recaudatorias eludiendo el único proceso lógico que debió haber aplicado cualquier estado necesitado de recursos para reavivar un economía estancada: aumentar la base del número de causantes cautivos, para no tener que subir impuestos. El gobierno optó por negociar un sistema recaudatorio ambiguo: sin aumentar el único impuesto generalizado y casi ineludible –el IVA- dejó al 64 por ciento de la población económicamente activa en el paraíso de la economía informal, haciéndole una tímida invitación a que se integren a la formal. La ambigüedad de la pusilánime actitud provocó el descontento de dos importantes sectores minoritarios del país, los empresarios y la clase media.

La reforma político electoral igualmente cedió a las presiones que acabaron fortaleciendo la partidocracia a través de las reelección de alcaldes y legisladores, fallando en la promesa electoral del Presidente Peña Nieto de reducir la población de las cámaras. No se tocó ni con el pétalo de una iniciativa el número de los legisladores plurinominales. Todo àra llegar con el apoyo del Pacto por México a la madre de todas las reformas, la energética.

En la estéril discusión de esta última la oposición acudió al rancio recurso del nacionalismo. La negativa a la participación de capital privado, y extranjero en los procesos del petróleo encubrió realidades de todos conocidos: en PEMEX opera capital privado, y extranjero, en una serie amplísima de operaciones fundamentales de la industria petrolera, desde las plataformas en alta mar hasta los buques tanque. El grito era no a la privatización de PEMEX, no a vender el país. Y eso que todavía no vemos el verdadero migajón de este pastel de múltiples capas, las leyes secundarias.

Yo no recuerdo ninguna manifestación de ese “gran calado” en otras áreas por lo menos igualmente importante de nuestra economía. Un día, el Presidente José López Portillo se sacó de la manga la estatización de los bancos mexicanos. Otro día, el Presidente Carlos Salinas los regresó a manos de particulares, demostrada la ineficacia de los burócratas para manejarlos. Otro día, el presidente Zedillo culminó el rescate bancario.El numerito llamado FOBAPROA, y luego IPAB para pagar esos juegos malabares, significa hoy una deuda que los mexicanos de varias generaciones seguirán pagando. El patriotismo económico a todo lo que da.

¿Cuál es el resultado? Los bancos “mexicanos” son propiedad de CitiGroup en Nueva York, Santander y Banco de Bilbao Vizcaya en España y el Hong Kong and Shanghai Banking Corp (HSBC) en Oriente. ¿Alguien se acordó de que si osare un extraño enemigo, como ahora con el petróleo?

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