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Te odio y te quiero

La Audiencia Nacional es el alto tribunal más joven del sistema jurídico español. Surgió en 1977 para sustituir al franquista Tribunal de Orden Público y opera en paralelo del Tribunal Superior de Justicia, el equivalente a nuestra Suprema Corte. Pues bien, la Audiencia Nacional acaba de anotarse un touchdown al pedir la persecución, detención y juicio por genocidio, de Yang Zemin, Li Peng, Quiao Shi y Chen Kui Yan, junto con otros cómplices. Lo singular del caso es que el pretendido genocidio se cometió en el Tibet, y que los acusados fueron, de 1990 a 2003 altos funcionarios: Chen, ministra de planeación familiar, Quiao, jefe de seguridad del estado, Li, primer ministro y Yang Presidente, de la República Popular China. La causa perseguida por la Audiencia Nacional ha provocado una seria crisis diplomática, la más grave que desde la muerte de Franco, entre España y la segunda potencia económica y política del mundo.

El gobierno de China Popular, con cierta razón, es muy sensible al tema del Tibet. Imaginemos que un Congreso reconociera a los caballeros templarios de Michoacán: lo acusaríamos unísono de intervención en los asuntos internos mexicanos. Todos recordamos cómo la conducta de Felipe Calderón, dándole trato de jefe de estado al Dalai Lama durante su visita a México, trajo consecuencias graves al comercio entre los dos países cerrando el importante mercado a la carne de cerdo y el tequila de nuestro país. Pues a propósito del tema del Tibet, que a los españoles atañe igual que a los mexicanos, la Audiencia Nacional española ha metido a su país en camisa de once varas.

Eso es hacer política.

Nuestra política se ha dedicado al acertijo de las sucesiones en los partidos, como si éstos fueran importantes. La votación en Yautepec para abrir la reelección de su máximo dirigente modificando el estatuto fue coreada por gritos de Cuauhtémoc, Cuauhtémoc, todos los perredistas conscientes que no hay entre sus gallos uno solo que pueda convocar a algún tipo de unidad, mientras el michoacano afirma que es tiempo de otros cuadros. El presidente del PAN afirma que todavía no ha tomado la decisión de buscar su permanencia al timón, sabedor de la caja de resonancia que a su partido, al igual que al PRD, le ha resultado su alianza con el partido en el poder. El dirigente del PRI, sabedor de que va a caer hacia arriba cediendo la dirigencia nacional de su partido a alguien cuya militancia peñanietista sea menos evidente, juega, como Madero y Cárdenas el juego del tío Lolo.

Lo importante es otra cosa: la transición de un estado de presidencialismo absoluto a uno de coalición. El llamado Pacto por México no es otra cosa que el ensayo de ese cambio. Por ello la reforma política no ha caminado, porque la subsistencia de la frágil alianza depende –así lo han determinado todas las fuerzas desunidas del PRD- del destino de la iniciativa del Presidente Peña Nieto en torno a los energéticos. De que la reforma energética será aprobada por la alianza PAN-PRI abriendo de-alguna-manera la irrestricta entrada fiscal y económicamente protegida del capital extranjero, no cabe duda.

De lo que sí cabe duda es de cómo mantener el pacto remendado una vez pasada la reforma energética. Lo evidente es que si el Pacto por México se deshace, estamos ahora sí en la ratificación del modelo centralista, presidencialista, que todos dicen repudiar pero que todos parecen añorar. El juego de la política española tiene tono de fandango pendenciero; el de la mexicana de bolero sentimental sobre la convivencia del odio y el amor.
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