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Con los brazos abiertos al final

El 28 de este mes los norteamericanos dan el pistoletazo para que comience la temporada que llaman de fiestas y que inicia precisamente con el Thanksgiving y terminará con el Año Nuevo. La cena de Acción de Gracias, tradición que llegó con los colonizadores europeos y que la habían heredado como fiesta pagana del fin de las labores del campo, es en teoría una reunión de la familia para agradecer al Creador por los bienes recibidos durante el cicloagrícola que termina. De hecho, es la única oportunidad en que los norteamericanos reúnen a la mayor parte de sus familiares. La entidad familiar de los estadunidenses es sumamente frágil: padres e hijos están solamente esperando a que los críos terminen la prepa y se larguen a vivir, normalmente a estudiar, al extremo del país más lejano de la casa paterna. Y ay nos vemos el último jueves de noviembre, para la cena del pavo.

Al día siguiente del Thanksgiving es el “black Friday”, viernes negro, en que las tiendas ponen a la venta sus mercancías con descuentos considerables: comienza así la frenética temporada de compras de fin de año, en que la gente adquiere cosas que no requiere, para gente que generalmente detesta, con dinero que no tiene.

Se le llama negro porque con esta venta los comerciantes pasan su contabilidad de números rojos a números de ganancias; su programación en esa fecha se debe a que se avecina la llegada de las mercancías nuevas de la temporada del año siguiente, de manera que se necesita vaciar las bodegas rápidamente, y deshacerse lo que ya ha pasado de moda. En ambas funciones económicas el juego resulta satisfactorio: los comerciantes efectivamente castigan un poco las ganancias que recuperan al multiplicar el volumen de ventas, con lo que el consumidor se siente satisfecho aunque haya tenido que hacer largas colas para entrar o salir de las tiendas. Los vendedores tendrán espaciolibre para un mayor surtido de cosas nuevas que inundarán el ávido mercado. Es un círculo virtuoso.

En el 2011 alguien le sugirió a Felipe Calderón la idea de inducir a los mercaderes mexicanos para que copiaran el esquema norteamericano con objeto de avivar el comercio, que andaba aletargado, y le inventaron el título de “el buen fin”, a realizarse en fecha cercana a la del viernes negro. Aquí terminan las similitudes.

En México el gobierno, con el manejo privilegiado de medios que tiene, impulsaría una campaña en pro del consumo desmedido, adelantando de paso los aguinaldos de los burócratasy sugiriendo al capital privado hacer lo propio. Los comerciantes no actúan de manera semejante al de los estadunidenses; allá, las siglas de sus iniciales se promueve la venta de artículos CHEAP, esto es ropa, casas, electrodomésticos y proyectos de mejoras a la vivienda. En nuestro buen fin se busca un alto volumen de compra de electrónicos, y de manera especial compras a largo plazo, específicamente dicho sin intereses.

La mentalidad popular, acostumbrada a sospechar todo lo que le regalan –especialmente con el aval del gobierno- afirma que el buen fin repite las prácticas comerciales de las tradicionales baratas de fin de año o del día de las madres: una etiquetación previa al agraciado fin de semana eleva los precios en una proporción menor o igual al celebrado descuento del buen fin. El señuelo del crédito a largo plazo sin intereses y un marginal descuento en el precio neto, deben hacer supuestamente el resto.

Me temo que no en esta ocasión. La economía familiar, que ya estaba bastante herida, tiene a la vuelta de la esquina las inevitables afectaciones que le ha dejado la reforma fiscal. Los mexicanos de a pie, particularmente en esta época de despilfarro bien visto, tenemos que cuidar cada peso que tengamos en el bolsillo.

Simplemente porque en enero no lo vamos a tener. Y podemos quedarnos, como el de la canción, crucificados al final del buen fin.

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