La muerte del presidente de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, de veras conmociona al mundo desde este martes, y seguirá haciéndolo durante bastante tiempo. Su antecedente fue la crónica de una muerte anunciada. Desde su último viaje a Cuba, para atender el cáncer que padecía y sus complicaciones, no se le volvió a ver en público. Aunque se mantuvo aparentemente activo en las redes sociales, físicamente no se le volvió a ver.
Esta invisibilidad se comprende. Los efectos de un agresivo tratamiento son devastadores. Su aspecto debió ser impresionante. Nada qué ver con el combativo y contestatario Hugo Chávez que en algún momento logró sacar de sus casillas al mismísimo rey de España. Aquel Chávez fue efectivamente un parlanchín inagotable. Lo mismo hablaba de frivolidades que lanzaba feroces acusaciones y advertencias a quienes consideraba enemigos de su visión de una República Bolivariana. Y hay que decir que muchas de aquellas acusaciones estaban bien fundadas.
Pero el Hugo Chávez invisible de los últimos meses, dio lugar a muchas especulaciones, algunas hasta fueron verdaderos dislates. Se dijo que Chávez había muerto ya desde diciembre. Se dijo que el cáncer que padecía fue de alguna manea inoculado por sus enemigos. Se dijo que el cáncer que se informó que padecía era imposible. Las especulaciones por supuesto no terminarán, y es muy probable que se agudicen todavía más, pero esta vez, la muerte de Hugo Chávez es un hecho.
Lo que lo llevó a este fin es lo que menos importa ahora. Importa mucho lo que hizo mientras tuvo el control del poder en Venezuela, e importa más la continuidad de ese legado.
No podemos afirmar que el legado de Chávez ha sido positivo. Tampoco podemos decir lo contrario. Es en realidad una serie de claroscuros. Amnistía Internacional, por ejemplo, ha señalado ya muchos de esos puntos oscuros. Entre otros, la dureza con la que el régimen chavista persiguió a sus opositores y el control de los medios de comunicación. Pero desde afuera nunca podremos tener claro un régimen, puesto que de cualquier manera, y a pesar de todo, hay millones de venezolanos que apoyaron a Chévez y que ahora lo lloran.
Hay que decir que bien o mal, pero sí entendió un aspecto crucial de la política moderna: la atención directa, prioritaria y efectiva a las mayorías. Un aspecto que normalmente se pasa por alto en las democracias latinoamericanas. No es casual que otros países hayan seguido esa misma ruta, países que aunque se han identificado con la izquierda, sí han creado nuevas formas de coexistencia política, y que en muchas ocasiones han funcionado muy bien, y Brasil es uno de los mejores ejemplos.
Algunos vieron a Chávez como líder de una especie de “Eje del Mal” sudamericano, el patriarca de una comisiónalo países como el propio Brasil, Bolivia, Argentina, Nicaragua, Ecuador y hasta Cuba. De alguna manera lo fue, pero se trata de una coincidencia bastante coherente, y nada nueva. La obsesión de Chávez por Simón Bolívar explica muy bien esa especie de federación informal de países. Ese era el sueño de Bolívar; una especie de república panamericana.
Lo actual es que Chávez no deja a Venezuela en muy buen estado. Sí se ubica entre los países líderes en el contexto internacional, con voz fuerte y voto sólido en asuntos determinantes y críticos. Pero hacia adentro Venezuela pasa por una crisis económica y social difícil.
Es probable que Hugo Rafael Chávez Frías haya tenido muy en claro esta situación interna, y es posible que tuviera ya prevista una estrategia. El verdadero legado de Chávez será visible hasta que se convoquen elecciones. Cómo se desarrollen esas elecciones y su resultado, dejará en claro qué tan autoritario fue su régimen, y que tan justa fue su lucha social.
Por lo pronto, el despliegue de fuerzas militares por todo Venezuela nos deja muchas dudas.
