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¿Quieres saber de qué te morirás?

Por Eloy Garza González:

Se ha puesto de moda en San Pedro pagar un servicio médico muy peculiar: obtener nuestro mapa genético por la módica cantidad de 13 mil pesos. Me lo contó recientemente una amiga de Palo Blanco que está dispuesta a conocer con valiente anticipación qué enfermedad mortal se le manifestará dentro de veinte o treinta años.

Le aclaro a mi amiga la diferencia entre estudiar su genotipo y obtener la secuenciación de su ADN. Este último proceso sigue siendo muy complejo y fuera del alcance del común de los mortales. Como algún lector recordará, el célebre Proyecto Genoma Humano tardó más de 10 años en secuenciar el ADN de unas cuantas personas, y su comercialización a escala masiva sigue siendo un servicio caro y complejo, propio de millonarios.

Lo que sí está al alcance de cualquier regio de clase media es el análisis de su genotipo, como el que pretende pagar osadamente mi amiga con el dinero de su liquidación laboral. Por fortuna para ella, su médico de cabecera del Hospital San José estará en condiciones de conocer el gen que codifica la enfermedad que se le manifestará en su futuro, a fin de modificar con antelación sus hábitos, patrones de conducta e incluso para que comience de una buena vez los tratamientos preventivos (entre los que se encuentra el casarse de nuevo, porque el divorcio no le ha sentado bien).

Mi amiga se fue un par de semanas a San Antonio a prepararse “psicológicamente” en La Cantera, antes de que un sistema médico de avanzada le esclarezca con plenitud luminosa qué enfermedad la llevará finalmente a la tumba. Ha regresado a San Pedro sin una bolsa Louis Vuitton que le tentó toda una tarde de meditación budista y sin otras compras que para ella serían de vital urgencia, pero convencida al fin de dar el gran paso en su vida como mujer, profesionista y madre de familia, hasta cumplir el precepto bíblico que tanto ha escuchado en la Iglesia de Fátima: “la verdad nos hará libres” (Juan 8:32).

Antes de eso, ya en la sala de su casa, le expreso a mi amiga mi opinión personal, propia de un neófito en medicina. Para empezar, sería oportuno que oculte bajo su colchón el dichoso estudio de su genotipo, porque si se entera de sus resultados la empresa que espera la contrate pronto, o el seguro médico que piensa pagar, le pondrán mil y un trabas en razón de las posibles enfermedades que mi amiga contraerá tarde o temprano.

En Estados Unidos, la legislación protege a los ciudadanos contra la posible discriminación en función de su información genética en lo relacionado a seguros de gastos médicos y de empleo. Pero en Nuevo León las cosas son muy distintas: los nuevoleoneses somos vulnerables a la discriminación de empresas y agencias de seguros porque aquí el conocimiento es una herramienta que se usa para afectar a los ciudadanos y no para hacernos libres.

Luego viene lo peor: ¿cuánta información médica tolerará mi amiga para vivir consiente de que se le manifestará un cáncer o una diabetes inesperada en los próximos diez o veinte años, según lo determine el análisis de su genoma? ¿Tendrá la serenidad suficiente como para vivir con un mal que se le incubará en su interior hasta el día infausto en que le aflore como aviso premonitorio de la muerte? Desde luego, tengo claro que la salud personal no está regida por el determinismo sino por factores de riesgo o de predisposición. Pero el resultado a grandes rasgos será el mismo. ¿Estará preparada mi amiga para que la verdad la haga libre de una vez por todas?

Mi amiga se ha quedado estática frente a mis reservas: me confía su dilema de vivir en la sana ignorancia de su futuro o caer en la irresistible tentación de predecir la enfermedad que la dejará postrada al final de sus días. Se ha metido al baño un buen rato y luego ha salido irradiando la seguridad pasmosa de Moisés al recibir en el Monte Sinaí las Tablas de la Ley: “Me regreso a San Antonio a comprar la bolsa Louis Vuitton y a olvidarme de tanta mortificación gratuita”. Ya se ve que las motivaciones íntimas de una ama de casa de San Pedro son tan impredecibles como la voluntad de Dios. Y eso no lo registra ningún gen, ni lo cura el mejor tratamiento médico.

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