Este fin de semana seguimos padeciendo la exposición a temas vergonzosos y escandalosos. Pareciera que son hechos que no tienen relevancia para la sociedad, pero por desgracia, son la punta del iceberg de una deplorable descomposición social que sí nos afecta, y mucho. El hecho, por ejemplo de que una modelo y ex bailarina exhibiera la presunta paternidad de un político jaliciense, parece más bien un lío de particulares, aunque el adulterio sigue siendo ilegal en México. Si revisamos aunque sea superficialmente el caso, vemos a una joven que tiene relaciones con un hombre a sabiendas de que es casado. Vemos a un hombre casado, con una activa vida pública, a quien no le importa predicar con el ejemplo y se lanza a una aventura extra marital. Y finalmente vemos a dos víctimas inocentes: un niño y una esposa engañada.
Lo más grave de todo es que este caso es apenas uno de muchísimos que han sucedido y seguirán sucediendo en México. Son hechos de lo más cotidiano, aunque sólo trascienden los que involucran a personajes conocidos, o bien los que tienen un desenlace violento o fatal. En general, el adulterio se toma a broma, y hasta algunos hombres lo presumen como hazaña. Pocos se detienen a pensar que estas aventuras extramaritales sólo demuestran la poca solidez del matrimonio, y por lo tanto, la debilidad misma de la familia como célula madre de la sociedad. No nos extrañe entonces que esa debilidad se manifieste en familias disfuncionales, violencia doméstica y jóvenes delincuentes.
Otro escándalo que tiene también qué ver con la unidad familiar, es el que aún protagoniza la familia Garza Delgado. No nos asustan los insultos que se lanzan ni la vulgaridad de algunos. Asusta, eso sí, que el poder económico de una familia amplifique esa descomposición familiar. Como el caso del adulterio, impacta la prominencia de esta familia. Su prosapia que viene de un pasado de empresario locales con estrictos valores morales, tal vez no compartidos por todos los ciudadanos, pero muy respetados por su congruencia. El pleito tan vulgar que se puso en evidencia, también exhibió la descomposición familiar que padecemos. Un ejemplo sólo que lo que sucede también en muchas familias, y de cualquier estrato social.
Pero el escándalo ineludible es el que protagonizó el senador del Partido Verde Ecologista, Jorge Emilio González Martínez. El político, llamado también el “Niño Verde”, fue detenido el sábado por conducir en aparente estado de ebriedad. Y como en los viejos tiempos, que parece que siguen vigentes, el senador actuó prepotente, se negó a pasar por la revisión médica, la que todos los ciudadanos deben pasar en esos casos. Los policías del Distrito Federal no se amedrentaron y lo remitieron a detención. Una detención breve, pero perfectamente legal. Después de todo el fuero legislativo no aplica a las faltas reglamentarias.
Ante todo, hay que aclarar que el “Niño Verde” ya no es un niño. A la fecha tiene al menos unos 40 años. Hay que decir que no es el primer escándalo en el que se involucra, pero por lo menos sí es el primero en el que no hubo impunidad. No le valieron a Jorge Emilio ni el fuero, ni los guardias personales. Fue a dar, como cualquier hijo de vecino, a detención. No cumplió la detención reglamentaria, pero no fue por influencias sino por un amparo. Pero finalmente deberá enfrentar las consecuencias de su infracción. Y que conste que no cometió un delito, sino una simple falta reglamentaria.
En este caso, ya no hablamos de una descomposición familiar sino política. El “Niño Verde” es una muestra de que los políticos prepotentes e impunes no son cosa del pasado. La famosa “charola” oficial, que se esgrime para evadir leyes y reglamentos, sigue siendo un instrumento usual. La clase política, a fuerza de comportarse como una clase social de excepción, ha llegado a serlo. Y en este particular caso, es un verdadero contrasentido que un senador, cuya función primordial en la República es crear leyes, se niegue a someterse a un reglamento, que es precisamente la parte operativa de la ley.
Finalmente, estos escándalos exponen que la punta del iceberg es más que una muestra de nuestra realidad… Es en realidad una alarma social estruendosa que no debemos pasar por alto.