Peña Nieto la está haciendo muy bien, pero, como todo en ésta vida, debe meditar con cuidado para evitar caer en ese vicio de nuestros gobernantes: contratar a quienes deciden cómo hacerle para estar “bien posicionado” en las preferencias de la gente.
No existe un Gobierno que carezca de éstas personas “especialistas en opinión pública” que constantemente aconsejan mantener un ”cierto rating”.
Eso aleja al gobernante de los problemas propios de su alto cargo y caer en garras de la egolatría, un vicio que hace perder a quienes caen en su fatal órbita.
El Presidente cayó en una gran pifia al presentar ostensiblemente su declaración patrimonial y ordenó a sus subalternos de primer nivel de Gobierno hicieran lo suyo.
La precipitación es a su vez un enemigo en potencia; en dicho acto, que no obliga la ley, cayeron en algunas contradicciones tanto él como sus secretarios de Estado.
Errores que no deberán repetirse, bastaba simplemente en entregar a quien corresponda un sobre sellado conteniendo los datos que fueron leídos por el Presidente ante los medios de difusión.
Creo que dicha presentación resultó desastrosa, ya que dio lugar a la crítica de quienes esperan un resbalón para dedicarse a la grilla gubernamental.
Los especuladores de escándalos procedieron como siempre a hacer su trabajo de zapa; escudriñando lo que pudiera ser valioso para sus amarillentas ocurrencias periodísticas; y tenían razón. Salieron a relucir pinturas valiosas de Picasso, Dalí y Ribera, declaradas de su propiedad por algunos secretarios, cuyo valor fluctúa entre 300 mil a tres millones de dólares; carros de colección de marca europea, con valores parecidos y joyas o diademas que entran en el campo de la crítica.
Y quienes lo hicieron, tienen toda la razón en hacer escarnio de ello.
¡Ah! Esa vanidad que mata, ese Ego que consume hasta a los más avezados.
No era necesario hacer éste show tan desagradable para algunos e innecesario para otros.
Para Peña Nieto, ésta representación le costará caro; debe enmendar de inmediato y no caer en ese voluble juego de las vanidades que conducen – indefectiblemente – al ridículo.
El Ego es sumamente traicionero, porque aparece en forma por demás sutil y sale a relucir su fatalidad que agobia y lesiona. Peña Nieto debiera frenar ese impulso siempre presente en las personas públicas y que ha sido comúnmente negativo y hasta fatal.
Porque mostrar esos lujos ante la Nación tan llena de pobreza y abandono, con tantas desigualdades y desesperación, no venía al caso; ojalá recapacite y vea el peligro que representan tales shows.
Ante la premura hasta resultó un terreno de doce metros cuadrados propiedad de un Secretario.
Ojo; mucho ojo; la vanidad es la madre de todos los triunfadores y puede llevarlos hacia abismos de egolatría muy peligrosos, sobre todo para quien tiene las riendas de la Administración Pública.