Oziel Salinas H.
Lo sucedido en las primeras cinco semanas de Mandato del Presidente Peña Nieto, da lugar a que pronostiquemos una distinta – y mayormente eficaz – forma de gobernar al país.
No hablo de su liderazgo, que se antoja obvio, sino el haber logrado mecanismos de diálogo con sus adversarios políticos; algo positivo y necesario, inédito, en nuestra incipiente democracia.
Estamos presenciando, nuevas formas, nuevo accionar de los actores políticos del país; sólo queda pendiente la presencia del eterno inconforme, AMLO, dedicado – como siempre – a fortalecer su Ego y a despotricar contra el sistema, independientemente de lo que se haga o deshaga.
Es el único que sobresale por su gran capacidad histriónica, superando al legendario artista de cine Boris Karloff, calificado como “el hombre de las mil caras”.
Bástenos recordar el extraño cambio de tono, cuando se dedicó a “ser bueno”, dándole la mano a todos, exhibiendo su acrisolado “amor y paz”, algo que pronto dejó atrás para convertirse – de nuevo – en atroz descalificador de instituciones.
Desentona en estos nuevos tiempos; insiste en el trillado “más de lo mismo”, cuando somos testigos del cambio que notamos en la nueva Administración Federal.
La inspiración de éste mesiánico está a punto de convertirse en un nuevo Partido Político, este sí, perteneciente sólo a Él; donde no habrá espacio para otra gente de “la izquierda”.
En la campaña electoral del 2006, AMLO fue aguerrido, intransigente y peleador: cualidades en él innatas, que lo llevaron a la cumbre de la popularidad; más tarde se transformó en pacifista; ahora, mientras inauguramos un distinto Gobierno que busca puentes de acuerdo, se dedica a pregonar su odio con gran gran dosis de vulgaridad, incapaz de ceder un ápice en sus inacabadas querellas.
Nuestras naturales divisiones siguen; nadie claudica en sus diferencias; Peña Nieto cambia el siempre atrayente poder público por un sistema serio, colmado de acuerdos, con un seguimiento puntual, con metas precisas, donde incluye a toda la sociedad, sin distingos, sin caprichos, sin terquedades que nos han llevado al precipicio político, donde prevalecían la discusión y el encono entre los actores.
El principio toral de todo Mandatario democrático es gobernar para todos, sin aparecer faccioso, sin acudir a la coacción, a manera del antiguo autoritarismo.
Peña insiste en dialogar con la oposición y ésta le contesta acudiendo a la firma del Pacto por México, donde prevalece la cordura, mostrando lo que une a los partidos, sin claudicar ideas o principios de sus institutos políticos.
Sólo AMLO desentona, se queda atrás de la inercia de los cambios de fondo; arrastrando consigo a los más intransigentes y peleoneros de la izquierda mexicana.
El nuevo Gobierno empieza bien y de buenas; su afán por la búsqueda de consensos, por trabajar en un ambiente que favorezca a la Nación, se va concretando por la buena disposición de quienes ahora manejan los hilos del PAN y el PRD.
El acuerdo entre dirigentes partidistas se logró gracias a que en ambos institutos políticos hay divisiones; la desbandada de AMLO dividió al PRD, mientras en el PAN apreciamos una lucha entre calderonistas y maderistas; lo que hizo que Madero se refugiara en el Pacto por México, para congraciarse con los potentados que aún simpatizan con esa opción política.
Peña Nieto empieza bien, lo que es – para nosotros – esperanzador; buen comienzo, sin duda.