El desafortunado accidente donde murieron siete personas, entre ellas la cantante estadounidense Jenni Rivera, sigue dando qué hablar. Es inevitable que los reflectores mediáticos se dirijan hacia el personaje famoso, olvidando un poco que tan lamentable fue su muerte como la de los otros seis. No faltan quienes vean exagerado o hasta insultante que hasta la identidad de las otras seis víctimas pase a un segundo plano. Pero hay que entender que un hecho así tiene repercusiones muy íntimas, entre las familias y amigos de todas las víctimas, pero la reacción internacional por la muerte de quien fuera un personaje reconocido en el ámbito artístico.
Esto nos pone en la disyuntiva, como comunicadores, de evaluar cómo recibe la gente nuestras notas. Para una gran mayoría, las reacciones ante la muerte de una estrella no son trascendentes más como información, y seguramente no cambiarán su vida. Pero son datos que deben difundirse, y que debemos difundir. Y hay que decir que hay detalles de este accidente que por humanidad y por ética no podríamos difundir.
Pero estas omisiones no impiden que el ruido mediático también sea útil para exponer situaciones irregulares, y no necesariamente del propio desastre. Como sucede con frecuencia con una figura pública, muchos rumores se desencadenan alrededor. Algunos son fundados, otros son pura esperanza, y otros más son reprobables abusos de la libertad de expresión.
Se habla, por ejemplo, de miles de dólares que se transportaban en el avión siniestrado. Es poco probable que ante la presencia de autoridades federales, estatales y hasta municipales, se pudiera realizar un acto de rapiña de esa magnitud. Aunque no debe descartarse el hecho, tampoco debe asumirse como cierto. Lo que de plano debe desecharse son rumores de visiones y profecías, que no añaden nada a la información y si son una verdadera burla y una falta de respeto a las siete víctimas y a sus familias.
Lo que no debe desecharse es el acto de rapiña que realizaron dos oficiales de Fuerza Civil. El jefe policiaco Felipe de Jesús Gallo, dice que fue un acto más bien mínimo, que no tiene mayores consecuencias, pero que aún así se procederá contra los oficiales de acuerdo a las normas que rigen a la institución. Debemos coincidir con él en que por lo que sustrajeron los oficiales, no fue un acto relevante de rapiña, sino más bien de ingenuidad. La misma sobredimensión mediática internacional del accidente tal vez los indujo a ser parte de esa historia, a recoger algo que demostrara que estuvieron ahí, en ese momento de esa historia.
Es verdad lo que dice el jefe policiaco: no es tal relevante este hecho. Pero debemos señalar que la rapiña en cualquier accidente es algo que debe revisarse con más cuidado. En esta ocasión salió a la luz pública precisamente por el impacto mediático de la muerte de una figura pública. Pero los accidentes son cotidianos, fatales o no, y en todos ellos existe la oportunidad de ejercer la rapiña, y puede ser cualquiera, desde un testigo cercano, hasta autoridades o socorristas que acuden al lugar.
Los dos oficiales de Fuerza Civil, aunque ingenuos, incurrieron más que en un delito en una falta de respeto a las víctimas. Pero habrá otros casos en que se presente la oportunidad de literalmente despojar a las víctimas de un accidente. Sin la presencia de los medios, es poco probable que trascienda esa rapiña.
Es posible que a los dos oficiales se les castigue con desmesura por el hecho. En todo caso se castigaría su traición a la honestidad que todos esperamos de un representante de la autoridad. Pero hay casos que no trascienden, y que de conocerse, deberían exhibirse con igual o mayor medida. Más que un castigo, es necesario enfrentar a la sociedad con sus propios terrores. Y nada hay más terrorífico que no respetar a nuestros muertos.
