El presidente Calderón soltó una iniciativa muy curiosa. Quiere que nuestro país deje de ser Estados Unidos Mexicanos y se quede como México, a secas. Aunque la propuesta suena tan desafinada como el “palomazo” con el que martirizó a los michoacanos recientemente, esta vez no anda tan perdido. Por lo menos, en esta iniciativa, ya tenía la tonada bien ensayada, porque Calderón como legislador ya había manejado este asunto.
Pero esta vez el escenario es distinto, y con el cartel que acarrea como presidente, tiene más público y obviamente más críticos. En cualquier caso, el propio Calderón debió estar muy consciente de que su curiosa iniciativa no se tomaría muy en serio: primero, porque ya se va; y segundo, porque las tribus legislativas están muy ocupadas en definir fuerzas y bloques respecto al próximo presidente.
En un primer momento, la idea de Calderón de cambiar el nombre al país tuvo un impacto colateral, que si fuéramos desconfiados, pensaríamos que era el verdadero objetivo. Lanzar una propuesta así, precisamente este jueves, le robó cámara a dos asuntos verdaderamente importantes para el país, llámese como se llame: uno fue la elección de magistrados a la Suprema Corte de Justicia, donde se coló muy convenientemente a un personaje muy cercano a los Calderón-Zavala; el otro asunto fue la aprobación de la “Ley Peña”, que reestructura la administración pública poniéndola a modo para el proyecto de gobierno de Enrique Peña Nieto.
Y esto por no hablar de las encuestas promovidas por el INEGI, donde aunque ponen a los mexicanos entre los más felices del mundo, también señalan que más de la mitad de los mexicanos consideran que la estrategia de Calderón contra la inseguridad fue un fracaso.
Que nos riamos o no de la iniciativa del Presidente, no cambia ninguna de las realidades contundentes por las que atravesamos. Y que seamos estadounidenses mexicanos, o mexicanos a secas, tampoco cambia las cosas.
Sin embargo, hay que conceder que Calderón no anda tan perdido. El nombre del país ha sufrido cambios en su historia, de ser un reino nominal pasó a ser un imperio; luego, con intermitencias, fue república federal y central. Finalmente, la Constitución de 1917 nos definió como Estados Unidos Mexicanos.
A pesar de esto todo el mundo nos conoce como México, y nosotros somos “mexicanos”. Ni siquiera nosotros usamos el nombre largo, porque nos remite a los otros “estados unidos”, los vecinos del norte, que han sido particularmente incómodos y abusivos con nosotros.
Viéndolo así, la iniciativa de Calderón no es tan descabellada, sólo intentaría hacer oficial lo que ya es una realidad en los hechos. Además, eso de que somos unos estados unidos es bastante relativo. Hace muchas décadas que la autonomía de los estados que garantiza el Pacto Federal dejó de existir. Los estados sólo son libres y soberanos en el papel, porque su unidad es sólo una subordinación a un poder central.
Sea de una forma o de otra, el nombre del país no es trascendental cuando es la sustancia social lo que realmente importa. A fin de cuentas, seamos estadounidenses mexicanos o mexicanos a secas, no reducirá ni un gramo el peso que cargan los ciudadanos por los malos gobiernos, y que recientemente se ha vuelto casi intolerable.