Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Es fenomenal el desconocimiento que priva entre la población de éste México lindo y querido aún, en donde con base a ello se vierten las más inverosímiles declaraciones. Como por ejemplo lo que se grita en ocasión al dos de octubre de 1968, suceso sangriento ocurrido hace exactamente cuarenta y cuatro años, por multitudes que entonces no habían nacido: “Dos de octubre no se olvida” “Gobierno asesino” “Muera Díaz Ordaz”. Utilizan el pretexto, cada año, para perpetrar toda clase de desmanes en contra de una población inerme que ha guardado luto por los cincuenta muertos, o miles como pregonan, de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlaltelolco, Distrito Federal. O también en protesta, dicen, por las susodichas reformas a la ley laboral, que tratan de ser aprobadas, para complacer al ejecutivo que ya se va, en el Senado de la República. Previamente ya tuvo la complacencia, por supuesto en la Cámara Baja. Pero el descontento, asumimos que general, sucede sin que alguien sepa a ciencia cierta en qué consisten. Todos nos damos de sabiondos y proclamamos nuestra verdad. Lo mismo en el radio, que en la televisión, no se diga en internet y por supuesto en la prensa. Pero nadie se pone de acuerdo en dar a conocer la verdad. Porque no han sabido explicárnosla cabalmente, en forma sencilla, sin retruécanos, coloquial. Insisten en invocar los recuerdos del porvenir. Somos agoreros de lo malo, lo bueno o lo regular a futuro. Escuchamos continuamente a los “padres de la Patria” dar su versión “calificada”, pero que nadie, salvo los muy pero muy listos o sabios, entiende. Pero pontifican y nos recetan lo que, nos dicen, podríamos recordar como histórico.
Nuestra Carta Magna establece en su artículo 123: “Toda persona tiene derecho al trabajo digno y socialmente útil: al efecto se promoverán la creación de empleos y la organización social para el trabajo conforme a la ley. El Congreso de la Unión, sin contravenir esta disposición deberá expedir leyes sobre el trabajo, las cuales regirán entre los obreros, trabajadores jornaleros, empleados domésticos, artesanos y de una manera general en todo contrato de trabajo”. Así de sencillo. Se empecinan los técnicos en usar la retórica para que nadie, ni los que presumen de ser los autores, entienda, pero la proclaman como algo bueno al futuro. El pueblo trabajador, no el político, escamado de éstos y tanta oferta en vano, no se resigna a que lo vuelvan a timar con promesas superfluas y sale a la calle a demandar equidad y lo más sencillo: trabajo bien remunerado, justicia a secas para quien se esfuerza en el estudio, termina carrera y busca empleo sin lograrlo, porque sencillamente no lo hay, pese a ofrecimientos y ofertas en discursos durante los últimos doce años de las más altas autoridades en el país, como acaba de ocurrir recientemente con el señor de Los Pinos, que en diciembre dejará de hablar. Claro que son recuerdos del porvenir, como título de pulquería, lo que nos ofrecen nuestros “nuevos” legisladores, que simplemente siguen en semejantes cámaras, pero con diferente disfraz.