Este miércoles, dos asaltos contra automovilistas vuelven a poner el dedo en la llaga de la inseguridad. En dos hechos casi simultáneos, asaltantes solitarios interceptaron a conductores para despojarlos de sus vehículos. Sólo uno de ellos logró su cometido. El otro encontró resistencia y disparó contra la pareja que tripulaba una camioneta.
Ambos incidentes sucedieron en el primer cuadro de Monterrey, en avenidas transitadas y durante horas de mucho tránsito. Los asaltantes ni siquiera estaban embozados. Sin ningún pudor aguardaron a sus víctimas y las abordaron. Con paciente descaro eligieron el vehículo. Con intolerable insolencia ordenaron que los ciudadanos les entregaran sus bienes.
Ya hemos escuchado reiteradamente que las estadísticas oficiales de robo de auto son positivas. Y no es la primera vez que decimos en este espacio que las cifras estadísticas son instrumentos, no indicadores. No reflejan el sentir de los ciudadanos. No son suficientes argumentos como para confiarnos y sentirnos más o menos seguros en cualquier zona del área metropolitana.
Que los asaltos hayan sucedido en pleno día, en una hora de tránsito, y en una zona céntrica, sí son indicadores reales: hechos no cifras. Una realidad visible y sensible. Un espectáculo deplorable, deprimente y alarmante que pudo ser presenciado por decenas de aterrorizados ciudadanos. Además, en ambos casos, pese a la reacción inmediata de las autoridades, los delincuentes pudieron escapar impunemente.
Pero hay que destacar el cinismo de los asaltantes. Se sienten dueños de las calles, y dueños de vidas y propiedades de los demás. Aunque se pretenda que se avanza en el combate a la delincuencia, esto nunca será percibido así por la gente. Y no sucederá si las fuerzas policiacas no inspiran temor al criminal, y por lo tanto, no inspiran tampoco respeto ni confianza a los ciudadanos.
El ámbito social por excelencia, las calles, son el espacio de todos. Pero en estas circunstancias, la delincuencia las está convirtiendo en tierra de nadie.