Por Ilich Cuéllar:
En 1888, en pleno auge del Imperialismo Británico, la capital de la metrópoli, Londres, fue azotado por una serie de espantosos asesinatos, en los que un sujeto nunca identificado, pero apodado «Jack el destripador», se divertía empuñando su cuchillo sobre los cuerpos de las mujeres del empobrecido barrio de Whitechapel.
La policía lo buscó hasta la saciedad pero todos los esfuerzos fueron en vano. Un buen día llegó al departamento policial londinense una carta titulada «Desde el infierno», que además del mensaje, contenía la mitad del riñón de una de las víctimas. El asesino nunca fue capturado.
¿Por qué comienzo con esta grotesca anécdota? Pues simple y sencillamente porque la última iniciativa de reforma laboral, enviada al vapor por Felipe Calderón al Congreso, parece redactada y escupida desde las mismísimas fauces del averno.
Desde que andaba promoviéndose a la candidatura Panista a la Presidencia, Calderón me pareció un tipo gris, intrascendente y sin logros como para aspirar a la Silla del Águila, a pesar de haber sido presidente nacional de su partido, coordinador de bancada en la Cámara de Diputados y Secretario de Estado con Vicente Fox, otro iluminado. Todo esto cambió, primero, cuando aceptó una negra y sucia campaña presidencial, y ya siendo presidente en funciones, lanzó a los pocos días de haber asumido, la llamada «Guerra contra el crimen organizado».
Vista de primera intención como una buena medida, dado el desmedido poder de los cárteles de la droga, pero ya viéndolo de manera profunda, no se planeó, ni se desmenuzó la estrategia a seguir por la fuerzas federales. Solo las lanzó a la calle en un intento de legitimarse después del escándalo por el fraude electoral de 2006. Resultado 6 años después: casi 80 mil muertos, 300 mil desaparecidos y centenares de familias desplazadas por la violencia.
Luego vino la crisis económica mundial de 2008, considerada por los expertos en la materia, como la peor desde la «Gran Depresión» de los años veinte del siglo pasado. La imprudencia y la irresponsabilidad del gobierno calderonista, al considerarla «un catarrito», será amargamente recordada por las familias mexicanas que perdieron empleo y patrimonio. Claro, Agustín Carstens, ahora gobernador del Banco de México, entonces Secretario de Hacienda, ni la sintió, pues nunca faltó a su cita diaria con la caja de donas que ingería con devoción religiosa por las mañanas.
Debo de ser sincero y aceptar que viendo los puntos claves de esta reforma laboral, pensé en lo correcto que sería transparentar los gastos y manejos de los sindicatos en este país, pero de manera automática me vino a la mente una pregunta «¿Por qué no transparentó Calderón al sindicato de maestros cuando lo ayudaron en 2006?». La respuesta es obvia, como ahora ese sindicato le dio la espalda en las elecciones de julio pasado, se les va encima, y como los demás sindicatos están alineados a los preceptos PRIcambricos, también se los echa. Miren que eso de censurar el derecho de huelga, favorecer la su contratación y flexibilizar los despidos, favoreciendo obviamente a los dueños de los grandes capitales, me hizo pensar que todos nos habíamos metido al automóvil de «Volver al Futuro» y ser testigos de las huelgas de Río Blanco y Cananea, entre los años de 1906 y 1907.
Claro está que si uno se pone a buscarle no debería sorprendernos estos arrebatos de nuestro presidente. Si un tipo es capaz de concebir «reformas» de esta naturaleza, tampoco debería sorprendernos su traición a su padre político, Carlos Castillo Peraza, quien lo llevó a la dirigencia nacional del PAN; o que se echara sus tres vasos de agua en los discursos, por aquello de la cruda o ya de plano, que le volteara la cara a su partido y a su candidata presidencial, dejándolos a su suerte.
Definitivamente, si esto no viene desde el infierno y es digno de una película de terror, díganme lo que es. Si no, pregúntenle al millón y medio de desempleados del sexenio.