Por: Omar Elí Robles
Uno de los trabajos más divertidos debe ser el de acomodar a los pasajeros en la cabina del avión.
Allá donde se otorgan los asientos…
Usted no sabe quién le va a tocar, pero ellos y ellas sí.
Disfruto la presencia en la fila de una hermosa rubia escandinava quien se confundió y en vez de documentar hacia Montreal, documentó hacia Monterrey… ahora va de regreso al DF para recomponer el destino.
Pienso, luego existo… ¿Y si me toca de compañera?
Pero no… ese ángel de la guarda de rostro afilado y mirada de aguililla, toma mi boleto… me asigna el asiento y cuando llego, me toca en medio de un par de inmensos ejemplares humanos que sobrepasan los 140 kilos.
La rubia escandinava se sienta al lado de un hombre como de 270 años de edad, quien apenas se aplana en el asiento, se duerme… ¡Se duerme!
Y yo tengo que venir acomodándome entre la mitad de la nalga de mi compañero de la izquierda… y la mitad del que viene a la derecha… ambas nalgas invaden mi espacio vital.
¡Lo que debió divertirse la muchachita que asignó asientos!
Igual deben divertirse los que otorgan recursos a los Estados… a los municipios…
Por eso le autorizan puentes a los poblados desérticos de San Luis y de Zacatecas… y sistemas de riego al inundado Tabasco…
No creo que lo hagan por ignorancia, lo hacen por diversión, como lo hicieron conmigo en mi reciente viaje.
Lo sé… ahora entiendo cosas que antes no entendía.