El último grito/ Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Durante los casi seis años que dura este régimen panista no habíamos visto la risa tan franca, tan abierta del primer mandatario como la noche del aniversario de nuestra independencia al contemplar al empapado pueblo convocado a la plaza de la Constitución, el zócalo, la noche del Grito. No sabemos, en realidad, si porque ya se va o disfrutaba ver a la gente bajo el chaparrón, nos referimos a la lluvia, que arremetía inmisericorde en su contra. Seguramente pensó que los mojados eran estoicos ciudadanos que acudieron por su voluntad al último grito de Calderón y no como empleados del gobierno federal convocados “oficialmente” con lista en mano, al solemne acto. No mentimos. Así se publicó: “para los festejos de esta noche en Palacio Nacional una gruesa batería de servidores públicos ha sido convocada para estar en la parte frontal del inmueble. Los empleados federales se trasladarán desde distintas dependencias del gobierno para despedir a don Felipe, en el último grito del mandatario, en la última aparición en público desde el balcón presidencial”. En la reseña de la fiesta en Palacio Nacional destacan los diarios, algunos, que había dos grupos de personas; en el interior los agraciados; empresarios, políticos, diplomáticos, deportistas, artistas, amigos y funcionarios de primer orden, cobijadas por el resplandor de las enormes lámparas de mil luces, con elegantes ternos dignos de tan insigne fiestas. Y afuera, los desgraciados, los desamparados, los ciudadanos comunes y corrientes y los burócratas que bajo el torrencial diluvio se cubrían. No con sombrillas o paraguas, que no permitían entrar a la plaza del zócalo. Sino con humildes pedazos de plástico verde. Sus rostros, vistos por la televisión que transmitió apenas quince minutos del espectáculo, dentro y fuera, empapados pero ecuánimes. En espera que terminara el evento, pasar lista e irse a secar a sus habitaciones. Las crónicas del sarao anunciaron la presencia de cincuenta mil gentes, la mitad de la que puede albergar la plancha. Pero olvidaron decir lo que también publicaron veinticuatro horas antes: “el acto que encabezará el presidente Felipe Calderón estará a cargo de poco más de 23 mil elementos de la secretaría de seguridad Pública en coordinación con el gobierno Federal y el Estado Mayor Presidencial”. Su presencia así se hizo notar: por aquí elementos del Estado Mayor Presidencial, vestidos de civil pero identificados por el botón dorado en la solapa de la camisa. Por allá, policías militares. Y más acá, integrantes de la policía federal. Todos confundidos con los burócratas, también bajo la copiosa lluvia. Había menos gente que durante los mítines del hombre de Tabasco, destacan algunos medios.
En otros revelan la vestimenta fina de invitados a Palacio Nacional, y la indumentaria tradicional del pueblo: Abajo, en el zócalo, frente a catedral, a prudente distancia del balcón principal, donde aparecería don Felipe y su familia, los hombres, con pantalón de mezclilla. Ellas, algunas, con rebozo. Pero cubiertas con plásticos verdes transparentes para no perderse el patriótico espectáculo. Arriba, es decir dentro del gran salón de Palacio Nacional, describen los periódicos la indumentaria de la familia del primer mandatario. No tiene desperdicio. Cito textual: “Margarita Zavala, esposa del Presidente, lució un vestido del diseñador Macario Jiménez, azul marino en crepé de seda innovando en la aplicación del rebozo como parte de la composición del vestido. María Calderón, hija del mandatario federal también apareció con un vestido del mismo diseñador mexicano de color azul marino, con bordados oaxaqueños, mientras su hermano Juan Pablo usó guayabera de Chiapas en lino con bordados a mano y Luis Felipe, un traje”. Abajo la gente que ya no sentía lo duro sino lo tupido de la lluvia, creía escuchar con el estallar de los cohetones el último grito también de los sesenta mil muertos de los que ya nadie se acuerda o quiere acordarse.