Cuando el príncipe Harry aterrizó en la base británica de Helmand, en Afganistán, el viernes pasado para un viaje de cuatro meses como copiloto de helicópteros de ataque Apache, el ministerio de Defensa y la Casa Real decidieron hacer pública su presencia. La respuesta de los talibán no se hizo esperar: buscará eliminarlo o secuestrarlo. “Nosotros estamos usando toda nuestra fuerza para eliminarlo, ya sea matándolo o secuestrándolo”, dijo el vocero Talibán Zabihullah Mujahid a la prensa, por teléfono satelital.
El Capitán Wales –como se conoce al príncipe entre los militares y tercero en la línea de sucesión del trono británico– llegó a la base británica más grande de Afganistán poco después del escándalo de sus fotos desnudo, en una fiesta en su suite en Las Vegas. Su desplazamiento a Afganistán explica la ausencia de reacciones de la Casa Real contra su mala conducta y exposición pública en Estados Unidos y la protección que se ejerció desde el palacio, en un eficaz ejercicio de relaciones públicas.
Harry pasó el último fin de semana de sus vacaciones despidiéndose de su padre, el príncipe de Gales, y de la reina y el príncipe Felipe en el Palacio de Balmoral, en Escocia, donde la familia real está descansando. Ellos sabían desde hacía meses qué día partía a su misión a Afganistán. El príncipe será copiloto de ataque en un helicóptero en el Escuadrón 662, del regimiento 3 del aire, con base en Bastion, la instalación británica más fortificada de Afganistán. Está siendo protegido por detectives armados de su custodia personal.
Como cualquier soldado en un Apache, el rol del príncipe será matar insurgentes desde el helicóptero, en uno de los escuadrones con mayor “rate” de ataque a los talibán: al menos dos muertos por semana.
Durante 10 días deberá “aclimatarse” en la base y después dará protección aérea a las fuerzas especiales y participará en combates contra la insurgencia. Uno de sus entrenamientos fue resistir un eventual secuestro Talibán y un interrogatorio.