Por José Francisco Villarreal:
El Director Editorial Adjunto de Milenio, Ciro Gómez Leyva, reconoció que las encuestas de seguimiento que ese medio de comunicación hiciera durante la campaña presidencial estuvieron equivocadas. En síntesis, la diferencia porcentual que predicaron (que no predijeron) entre López y Peña sí señalaba el triunfo del priísta, pero por un margen mayor a los resultados del PREP.
Como acto de contrición, y aunque Gómez asegura que la encuestadora GEA/ ISA es la mejor, dice que el Grupo Milenio se retira de las encuestas electorales.
Este acto de cínica dignidad es un desplante típico de los medios de comunicación en México. Ante un error, que hacen reverberar entre la sociedad, la disculpa pública es lacónica y escurridiza. Nunca corresponde a la dimensión real del daño que se causó, y menos aún cambia la opinión que se generó. Ni siquiera la fugaz rúbrica de “no lo volveremos a hacer” es definitiva. El periodismo oportunista siempre tendrá cláusulas con “letra chiquita”. ¿Lo volverán a hacer? ¡Claro que sí! Tal vez no de la misma manera, pero siempre hallarán argumentos pseudoéticos y hasta versículos bíblicos para hacerlo cuantas veces sea necesario y redituable.
La pueril disculpa de Gómez se refiere sólo a la contienda entre Peña y López. Pero si en ese caso falló, y falló sistemáticamente (lo que supone que el error no era involuntario), es de suponerse también que “fallaron” en todas las demás encuestas, en otras campañas, con otros candidatos… Es decir, que también se pudieron “equivocar” sistemáticamente. Y de hecho, hay cifras que en contra de toda lógica, revirtieron tendencias radicalmente de un día para otro.
Podríamos decir que vale la disculpa, y hacer borrón confiando en que como promete Gómez, no harán cuentas nuevas. Pero la disculpa no corrige el tremendo daño que se hizo al país. Ese seguimiento, restregado por todos sus medios diariamente durante 101 días, hizo más que poner en evidencia su propia incompetencia. Sus cifras fueron argumentos para sus columnistas, en esas cifras sustentaron opiniones editoriales, y las opiniones editoriales tienen como principal objetivo moldear la opinión pública. Ya sólo por eso, el “error” sistemático adquiere dimensiones catastróficas, se inserta menos como periodismo y más como otra de las armas de la guerra sucia.
En México, las campañas políticas son sólo un gasto inútil de dinero. Ningún candidato convence a nadie, a menos que el elector ya esté prejuiciado a su favor. Funciona más el carisma y la imagen reiterada hasta la saciedad por todos los medios, que las promesas de campaña (en las que dicho sea de paso, nadie confía). El valor añadido (para convencer, no para comprar u obligar) lo da el periodismo, que siendo responsable y crítico, despoja de adornos el discurso político. El lector confía entonces en esa digestión previa de la información para asimilarla a su propia opinión. Pero en casos como este, la “digestión” previa del periodismo acabó en vómito y contaminó irremediablemente el proceso electoral.
“Ya no lo volvemos a hacer” se queda corto y cínico ante lo que ya está hecho, y que no va a cambiar una disculpa pública. Y si esto se multiplica por la miríada de encuestas que granizaron sobre el electorado, la devastación es mayúscula, y el proceso electoral tan nutrido por la esperanza, acabó siendo una farsa que nos avergonzará durante generaciones.